viernes, 12 de junio de 2009

Vacaciones de invierno

24/7/08
La blancura enceguece y obliga a calzarse lentes para el sol, aunque esté nublado. La brisa fría roza sólo las mejillas, ya que el abrigo tapa hasta la nariz y el gorro con pompón las orejas. La pureza del aire casi duele en los pulmones y embriaga el espíritu. Una sensación de pleno dominio sobre los elementos se adueña del ser mientras se contempla el panorama de extrema belleza. Bosques, lagos y montañas, con colosal imponencia, armonizan con un firmamento que, con natural arte, dejó el gris por un celeste azulado, preñado de color. La inmovilidad del cuadro le da mayor majestuosidad, despertando el alma y haciendo reverdecer sus páramos hasta emocionar, anudando levemente la garganta.

En sofisticadas subastas se pagan millones por cuadros de cierto pintor famoso. Este cuadro natural lo hizo El que hizo al pintor de los cuadros caros. Y está ahí, casi gratis. Igual que un paisaje de campo, de mar, hasta de desierto. A diferencia del cuadro humano, éstos varían sus colores e intensidad a lo largo del año. El alma bulle e hincha el pecho produciendo un suspiro de agradecimiento por tanta bondad. La falta de correspondencia de la humanidad a la creación da la nota agridulce que frunce el ceño y sacude la conciencia, germinando así el propósito de salvar del error y la maldad al mundo entero, a partir de mañana.

Una risa lejana astilla la abstracción contemplativa. La vista se posa sobre pendiente de aspecto algodonoso que atrae la voluntad. Luego del suave impulso, el sonido del deslizamiento secciona el silencio, como una cortadora de fiambres. A medida que aumenta la velocidad el siseo se hace más intenso. La serenidad da paso a la placidez para transformarse primero en vértigo y luego en pánico, en sintonía con el silencio abismal de un vuelo sin destino cierto que se hace interminable. El cuerpo, ingrávido, cobra la dinámica y armonía de un buzo arrojado al viento. Con el impacto contra el imperturbable pino, las homéricas promesas de instantes antes se desintegran en incontables pedazos, igual que la pierna izquierda y un antebrazo.

Un esquí fuera de control se pierde de vista, pendiente abajo.

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