martes, 9 de junio de 2009

El primer gol de la historia

El frondoso bosque de Caldenwood cernía su sombra sobre el también sombrío rostro de Lord Fotheringham, que rumiaba su amargura. El silencio se interrumpía con el metálico sonido que hacía su armadura al andar de su corcel, cubierto por una imponente manta de fabuloso ornato.
El plumaje de su casco se mecía lentamente, al ritmo del elegante paso del caballo. El noble regresaba a su castillo, derrotado por el campeón del rey en el campo de lid real. Sorteó con honra la humillación, merced a la herida que, con su lanza, le provocó al campeón en el hombro.

Su suerte adversa significó la pérdida de la mano de Lady Leghorn y, con ella, el anexo nuevas comarcas a su territorio y su posición como sucesor legítimo al trono, más allá del tibio amor que le dispensaba a la princesa cercano, más bien, a la simpatía.
Clarion de Leicestershire, su paje, intentaba animarlo, infructuosamente. - Milord -le decía- no os dejéis arrastrar por la pesadumbre. Pensad que tenéis oportunidad con Lady Wanda, hija menor de su majestad que, además, la aventaja en hermosura.
- Está fuerte la petisa - sentenció melancólicamente el noble, en un arrebato arrabalero desconocido para él.

Ya en los jardines de su castillo, Lord Fotheringham se apeó y su paje llevó su cabalgadura a la caballeriza. Dominado por un pesimismo que le oscurecía el alma, se dirigió a la fortaleza, acompañado sólo por el sonido metálico de la armadura que lo cubría de pies a cabeza. Sobre el sendero de grava había una piña casi redonda que había caído de un centenario pino que ornaba el parque. El noble descargó sobre ella su impotencia con un puntapié furioso. La piña impactó en una rama horizontal de un roble, que casi tocaba un arce plantado a siete metros, se elevó hasta semejar un lunar en el cielo y comenzó a caer cerca del noble.

Al verla venir desde lo alto, algo sacudió su interior y no pudo resistir el impulso de arrojarse al aire en una rara cabriola para impactar nuevamente la piña con su pie antes que ésta cayera al suelo. La potencia y precisión de su disparo la estrellaron contra la misma rama, para luego rebotar en la hierba y perderse en el follaje de atrás. .

El estrépito metálico de su caída espantó algunas aves. Lord Fotheringham se levantó trabajosamente, con el alma encendida, llena de una sensación nueva, mezcla de alegría y pasión que disipó sus pesares, arrancándole un primigenio grito triunfal con puños cerrados. Recuperó su casco y lo arrojó a un tribuna imaginaria, para luego encaminarse a su hogar, sonriente, sin saber que había metido el primer gol de la historia.

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