sábado, 13 de junio de 2009

El Colo

19/12/08
El me la pasaba y yo se la devolvía. Así era todo el tiempo desde que volvíamos del colegio hasta que ya no se veía la pelota y había que ir a comer. Todos los días igual. Cuando llovía ó hacía frío, nos ligábamos unos retos, de yapa. Con esas patitas de tero, típicas de los 8 años, hacíamos dupla en la defensa del equipo de la clase. Pocas veces discutíamos porque era más fuerte nuestra amistad, reforzada por el parentezco de primos que teníamos con el Colo. Su nombre, Alfredo, hasta él lo había olvidado y se presentaba como el Colo. No era pelirrojo, pero tenía el pelo más claro que el resto, por eso le pusimos así. Además, en la cancha los nombres tienen que tener hasta dos sílabas, si no, se complica pedir la pelota y cantar un pase ó señalar una marca.

En la secundaria armamos nuestro equipo. El tío nos consiguió un juego de camisetas de piqué todas iguales, hasta con número en la espalda. En ese entonces, no se estilaba estamparle el nombre. Hacíamos una dupla sensacional. Nos relevábamos muy bien. Cuando me proyectaba, iba muy tranquilo sabiendo que el Colo quedaba atrás. Era impasable. Más de un gol pude hacer gracias a esa capacidad de defensa que tenía. Y era el primero en llegar a abrazarme después de cada conquista. Ahora que lo pienso, no recuerdo ningún gol suyo.

El estudio, el trabajo y la familia, la vida propia, en definitiva, nos llevó por rumbos diferentes. Pero el fútbol jamás nos separaría. Nos anotamos en varios campeonatos armando muchos equipos: Mastodontes, La Plaga, Once Escuerzos, Tropilla, Arsénico, Corega (ya en veteranos) y no sé cuántos más. Nunca fuimos un seleccionado, pero tampoco un rejunte que nos pasaban por arriba. Dábamos pelea y agarramos algún trofeo cuando lo tuvimos al Cuervo Di Biasi arriba, que la mandaba a guardar de cualquier lado.

Hoy, cada vez que rememoro estos recuerdos inventados, se me anuda la garganta y la vista se nubla, con algúna lágrima silenciosa que se escurre. Porque el Colo no nació, aunque sí vivió. Me enteré hace poco que tuve y no tuve ese hermano de la vida que siempre añoré dándole a la pelota contra una pared, solo. Al principio, me enojé con mi tía por lo que hizo, pero vaya uno a saber qué le pasó para que tomara una desición así. Pero siempre tuvo un trato preferencial para mí que nunca entendí y ahora me explico. Por eso, la tristeza puede más que el enojo. Además, pienso en cuántos Colos habrán sufrido ese destino y se me oprime el alma.

Me levanto, respiro profundo y miro al cielo, donde me espera el Colo. En la mejor cancha, con la mejor pelota, prometiéndome goles y golazos.Y descubro que se me esboza una sonrisa.

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