sábado, 13 de junio de 2009

Después del pelotazo

18/5/08
Es la nada absoluta. No hay colores, tampoco olores. Ni frío ni calor. El tiempo y el espacio han perdido dimensión, al punto de no saber si son infinitos o extremadamente pequeños, mínimos. La ausencia de movimiento es total que, sumada a la ingravidez, completa el cuadro de vacío. Un vacío en el que los sentidos no tienen razón de ser. Impera sólo el tan mencionado como nunca bien definido sexto sentido, que apenas evoca la vaga y fugaz imagen de una pelota explosivamente luminosa, como el obturador de una cámara fotográfica para alta velocidad.

Primero, son sordos balbuceos. Versión sonora de imágenes difusas. Algo de luz vira el negro a un gris plomizo que, lentamente, gana en claridad. La sensación de sequedad crece en la garganta, al tiempo que un frío casi líquido asciende por el centro de la médula espinal. "Abrió los ojos" se alcanza a comprender en tanta confusión, ahora giratoria como un tiovivo. El dolor irrumpe y se expande por la cabeza, cual bestia que pugna por salir desde la masa encefálica a través de la cavidad craneal.

Se hace la luz. "¿Estás bien pibe?" repite con preocupación una voz algo más grave y lenta que la del capitán del equipo, cuyo rostro toma forma más nítida mientras anónimos brazos ayudan a incorporarse. Merced a la acción del agua, otra ola de frío despabila los sentidos y permite reconocer el entorno. El verde de la gramilla, entreverado con manchas marrones y claras de partes peladas y secas nos traen de vuelta a la cancha. El dolor ardiente del rostro persiste mientras nos incorporamos. Lejanos y escasos aplausos preanuncian la continuación del partido.

"Menos mal que estabas ahí, Panza. Si no, ese bombazo se mete adentro y esos chotos nos cagan."

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