sábado, 13 de junio de 2009

En el tren

15/8/08
Un pequeño pique corto en frío, que puede derivar en un inesperado desgarro, permite ingresar en la formación antes que las puertas neumáticas guillotinen la condición de pasajero para quedar transeúnte un rato más, de duración definida por el humor y voluntad gremial ferroviaria. En el interior la atmósfera se espesa casi al grado viscosidad. El calor de entrañas activas domina el ambiente, dando la sensación de haber ingresado a un medio ausente de oxígeno, a pesar del esfuerzo de un fatigado ventilador que revuelve la atmósfera, esparciendo aromas urbanos de escaso encanto.

Los codiciados asientos están todos ocupados por señoras que tejen y hombres dormidos, o que simulan hacerlo, para conservar su pequeño trono. el bamboleo del convoy hace perder la estabilidad al joven que se deja caer sobre la muchacha de pantalones ajustados, quizás como excusa para entablar una relación, muy probablemente tan intensa como fugaz. Quien no tiene colocados auriculares que musicalizan su ambiente, leen gruesos libros con parsimonia y párpados tambaleantes. Mas allá, dos sujetos conversan animadamente. En realidad, uno habla y el otro hace que escucha interesado, con una sonrisa mal dibujada en el rostro, lamentando en su interior el fortuito encuentro que le impide leer el diario en paz.

Rostros serios, inexpresivos hasta un estado semicomatoso causados por cerebros que se resisten a despertar, predominan en el poblado vagón. La amplia cartera de la excesivamente perfumada dama se incrusta en el riñón del elegantísimo caballero, preparado para reuniones en las que deberá inspirar solvencia y convencimiento. Un hombre de mediana edad y campera gastada lleva en brazos a su hija con delantal cuadrillé rosa de jardín de infantes municipal ¿dónde estará la madre? Pregunta que abre un abanico de posibilidades, casi todas con el común denominador del esfuerzo por salir adelante.

La hermética ventana hace desfilar edificios con innumerables ventanas tras las cuales hay otras tantas historias. Muchas de ellas tienen acollarado un artefacto de aire acondicionado, como cuadradas garrapatas adheridas a las paredes. Entre los árboles, las canchas de tenis están ocupadas por personas sonrientes, marcando el abismo que nos separa de ellos. El paisaje cambia y la precariedad y el hacinamiento nos golpean mas allá del vidrio. Casillas y sórdidas construcciones sin armonía ni visotsidad nos muestran el verdadero fondo de ese abismo. Se nubla y todo pasa a ser gris.

La puerta se abre y comienza una nueva jornada de luchas, triunfos, derrotas, alegrías, frustraciones, almuerzos frugales y opíparos, encuentros, desencuentros y reconciliaciones.

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