sábado, 13 de junio de 2009

En la Rural

1/8/08
Al pasar el molinete el aroma, el sonido y la velocidad cambian. Las bocinas, escapes e insultos dan paso a una chacarera que suena por los parlantes, el olor de fardos y bosta bovina y el pausado desplazamiento de masas humanas que miran todo. La placidez y pachorra se interrumpen con el acelerado paso de sujetos de sobretodo azul y corbata, radio en mano y con rumbo desconocido, encandilando con su insignia prendida en la solapa, que actúa como la sirena de un patrullero abriéndose paso en la marea humana. El señor entrado en años de inmenso abdomen sucumbe ante el alud de chacinados y quesillos, cuyo consumo posterior lo hará volar hasta la estratósfera. La señora, con medio pastelito en mano, lo codea para apurarlo a sumarse a la fila de gente sin boina que casi no avanza y espera paciente, en haras de su folleto o calcomanía. La peonada junta auditorio en un permanente desfile de payadores, gutarreros y recitadores por su alegre escenario gremial.

Los nenes miran las vacas y las vacas miran los nenes mientras el paisano junta la bosta con pala. Rubén Orlando le hace el rulo al Hereford y la señorita sin poncho pregunta qué marca es el toro, mientras llama a la tía para que le saque una foto con el inmenso animal de virilidad pendular. Un faisán aterrado mira de reojo la turbamulta que se detiene a observarlo con la boca abierta, los pajaritos pían a gritos por aire para volar y el jubilado se relame entre las gallinas y los conejos que, para los más chicos, son mascotas. El chancho, indiferente a todo, se echa obscenamente y repele con su olor. Las chinchillas, desde sus cajas de vidrio, miran las pieles de sus amigas, expuestas como producto final. Las artesanías son un imán que se invierte al conocer su precio.

Gigantescas peceras contienen sus especímenes que varían de acuerdo al programa que estén emitiendo. Cada radio tiene la suya. Cámaras de televisión extraen declaraciones graves a rostros tan adustos como anónimos. El famoso se pasea hablando por celular y la señora excedida en tintura lo señala. Curiosos urbanos consultan a los hastiados técnicos sobre las bondades de la cosechadora y los chacareros acuden a la promotora, sin interesarles demasiado la veracidad de sus conocimientos, vertidos desde una acalambrada sonrisa. Pululan boinas. Las genuinas y las de disfraz, distinguiéndose éstas últimas por su extravagancia en tamaño, diseño, color y colocación, asemejando, en casos extremos, a un turbante derrumbado. No sorprendería que alguno se la cuelgue de la oreja, o del hombro. El hambre se soporta cuando la lista de precios anuncia el especial de bondiola a $14. Los paisanos se juntan a matear lejos de la urbanidad. Todos quieren ver a De Angeli, Buzzi, Llambías ó Miguens. Nadie pregunta por Gioino.

Integrantes de una especie de logia, que se reconocen por sus rostros encendidos y enfundados en lodens verdes, confluyen presurosos en mostradores espirituosos a debatir sobre ejemplares bovinos, inseminación y pasturas. En la arena, las cucardas son repartidas entre aplausos protocolares y un atisbo de desazón de quienes la ven pasar. Los de radio en mano reportan a seres invisibles a través de su artefacto y parten raudos en otra dirección, haciendo flamear su sobretodo como un gran ave de corral. El yeguarizo, enfundado hasta las orejas, se asusta y provoca un pequeño desbande de bolsas y carteras. Señores de campera intercambian tarjetas con otros de chaleco con cierre y logo, semejando a los escolares que lo hacen con figuritas del mundial para llenar el álbum y cambiarlo por una pelota.

Faltan muchas cosas, pero ya me alargué demasiado. El resto habrá que verlo ahí, en la Rural.

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