sábado, 13 de junio de 2009

Tarde

14/11/08
-¡Dale, Panza, que no llegamos más!- apuraba, ansioso, el Saliva desde el asiento trasero. El Panza, echado en su asiento, manejaba con la mano izquierda apoyando el codo en la ventana, sujetando el volante con los dedos índice y mayor. Con la otra escarbaba en las profundidades bajo su abdomen intentando resolver alguna incomodidad ó picazón circunstancial.
-Qué querés que le haga- respondió con modorra -Mirá lo que son estas calles de mierda- agregó, señalando el camino con el mentón.

La renoleta se sacudía en las desprolijidades de la calle, levantando una polvareda que le agregaba densidad al mediodía suburbano. Saliva, mordiendo su apuro, comenzó a cambiarse, costosa labor en el espacio reducido y bamboleante del asiento trasero. -¿Dónde estamos?- preguntó, somnoliento, el Juanchi, que acababa de despertarse. -El Panza está perdido y nos está haciendo llegar tarde. Ya deben haber empezado- rezongó Saliva mientas luchaba con una media demasiado seca y arrugada para colocársela fácilmente. El Panza ni se inmutó.

El portón, casi una tanquera, estaba abierto y el oscilante auto entra y estaciona bajo un ligustro. Antes que llegue a detenerse, Saliva salta y, con los botines en la mano, salie corriendo a la cancha. Juanchi, casi despejado, se cambia usando la puerta de biombo y salie al trotecito tras el Saliva, que ya había llegado a la cancha. El Panza, tranquilamente, agarra su bolso, cierra el auto y se encamina donde sus amigos, a quienes encuentra desolados al llegar, especialmente Saliva, que escudriñaba el horizonte buscando algún movimiento humano. Sólo había unos teros picoteando la hierba.

-¡Llegamos tarde, Panza! ¡Te dije que teníamos que salir antes! ¡Qué lo parió! andar a las corridas al pedo y encima bancarse la perorata de Lucio de acá a fin de año por el uocóber que les hicimos. ¡Mierda!- En silencio, Juanchi y el Panza escuchan la descraga de Saliva. Juanchi, más compungido.

Cuando terminó, el Panza, se adelanta y apoyando mansamente la mano bobre el hombro de Saliva le dice:
-Ya está, hermano. Ahora, vamos a la parrilla de Tito que, al pasar, ví que había puesto un costillar al asador que debe estar a punto.

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