sábado, 13 de junio de 2009

Un gol

7/11/08
La pelota viajaba, casi flotando, hacia el corazón del área. Su vuelo ingrávido tenía una lentitud suficiente para generar cierta concupiscencia en los que estábamos metidos en el arremolinamiento humano que, como una ola marina, se iba formando en el rectángulo del área con medido avance hacia el arco. Como un surfista, el arquero enfrenta la ola y se incorpora a ella con el mismo fin, llegar a la pelota.

"¡Mía!" es el pensamiento único de los quince ó dieciséis hombres que, en improvisada coreografía sudorosa y agitada, saltamos estirando el cuello para llegar primero a ella y, con la cabeza, darle otro destino. De gol ó de córner, según el color de la camiseta. La escena parece detenida, como si la pelota, maquillada con esos filetes de colores, estuviera eligiendo su novio, veleidosa. Y todos casi suspendidos en el aire, expectantes.

De a poco se fue acercando, llovidita. La ola se comprime y gana en altura. En el amontonamiento estoy en buena posición, pero algo pasado. Me arqueo hacia atrás, por encima del forcejeo de brazos, hombros y cabezas transpiradas que quieren confluir en el mismo sitio. Mi pensamiento es sólo para ella olvidándome del cuerpo, que queda desbalanceado y casi horizontal.

Y la siento acariciar mi frente, acomodándome el pelo hacia un costado, como preparándome para la foto que pondrá en un lugar privilegiado. Por el esfuerzo, tenía los ojos casi cerrados. Luego de esa caricia, de ese beso único, para mí solo, partió con otro rumbo, fuera del alcance de todo mortal.

El silencio duró el tiempo de mi caída, aparatosa, sobre el pasto y algunos compañeros y rivales. Entonces vino el estallido del lado inesperado de la tribuna. Voces desconocidas gritaban "¡Gol!" y las más familiares se lamentaban con un "¡No!".

Tendido boca abajo no podía ni quería moverme. Siento unas palmadas en el hombro y la voz serena de mi capitán: "Arriba Marito, que ahora les vamos a clavar 2 a esos turros."

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