sábado, 13 de junio de 2009

El civil

21/11/08
Santi se miró al espejo, controlando que el nudo de la corbata estuviera en su lugar. Se acomodó el saco y se miró una vez más, esta vez a los ojos. Inspiró profundo inflando el pecho, exhaló y se dijo "Vamos!" en sun susurro. Estaba nervioso, pero decidido. La mañana estaba espléndida, invitando a conquistar el día, que sería trascendente para él y Anita, su última novia, con quien se encontraría en el registro civil antes de mediodía.

Toda la familia y amigos más cercanos estaban allí, algunos de saco y corbata, otros más informales, con sus cámaras de fotos propias, amén del fotógrafo, movedizo y disparando sin cesar, ahora que no usa rollos para las fotos. Chiquillos y preadolescentes ríen y corren, para temor de la tía que consideraría como una herida cualquier mancha en su impecable vestido y sombrero de exagerada elegancia.

El pequeño recinto se torna sofocante al verse desbodado. Para colmo, el ventilador de techo no anda o no lo prenden. La jueza ameniza el trámite con simpatía dibujando sonrisas benévolas en los rostros. Santi, tomado de la mano de Anita, confirma su decisión y ella lo corresponde, fimando el libro y recibiendo su primer beso como jefe de familia según la ley. Suenan aplausos, palmadas, felicitaciones y besos. Vuela arroz, que los más chicos recogen del piso y vuelven a arrojar. La tía, espantada, cruzó la vereda. Fotos y más fotos. La ansiedad de mediodía aceleran la sesión y la caravana parte rauda a la quinta del tío, lista para recibirlos.

Los sacos y las corbatas van desapareciendo y el ambiente se afloja. Circulan bandejas con sabrosos bocados, más tarde vienen otras con carne cortada para hacrese sandwiches. Fluyen jarras y botellas que refrescan y animan el espíritu, dando más soltura al ambiente. Anita, feliz, se preocupa porque todos estén a gusto. Santi, desacostumbrado a ser el centro de la escena, se mueve de acá para allá, algo perdido, pero feliz. Los muchachos se fueron acomodando abajo del álamo, cada uno con su copa o vaso bien provisto y la charla comenzó, tranquila e íntima.

La sombra del álamo se alargaba, la tía terminaba su té en la galería y el tío, con el resto de los mayores, acomodaba leña en el fogón, cuya llama enrojecería aún más sus rostros resaltando las chispas de sus miradas por demás alegres. Un costillar, ya ensartado en el asador, esperaba su momento reposando sobre una mesa. Los más chicos encontraron la pelota, una número 3 chiquita y ágil que empezó a correr de acá para allá. Los muchachos se callaron mirando el juego. Unos minutos de silencio y, en muda y unánime desición se levantaron. El picado se había armado, esta vez, de pantalón largo y camisa. Santi no pudo resistir, se liberó de corbata y zapatos y se entreveró en la jauría apasionada.

En ese momento Anita estaba en la cocina.

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