martes, 9 de junio de 2009

En el ropero

- Me estás pisando, Pardo -se quejó el Negro, sin llegar a enojarse.
- Disculpá, hermano, pero es lo único que sé hacer. O más bien que me hacen hacer -respondió el Pardo, resoplando- y agradecé que no tengo el pie adentro. Encima, acá estamos muy amontonados. A mi compadre lo perdí hace rato.
- Claro, también con las revueltas que hace este tipo como para no perderse -intervino el Náutico- A mi compañero puedo verlo desde acá, pero apenas una punta. Si nos llega a necesitar se arma otra revuelta y lo pierdo.
- Qué lo parió, no? Unos para acá, otros para allá y arreglátelas
-opinó la Bigotuda vieja- una merece un mejor trato, que embromar!. Cuando pienso que mis parientes se la pasan al aire libre entre la tierra y la gramilla, yo acá me siento una pantufla. Apenas sirvo pa' eso y, a veces, como herramienta para matar cucarachas, arañas y mariposas de noche -se lamentó.
- El que no puede quejarse es el Cajetilla Inglés - rezongó, veleidosa, la Esponjosa - que tiene su lugar propio, aislado, anda impecable y sólo sale para grandes ocasiones. A mí me agarran 3 veces por semana y a correr sin parar, pisando barro, pasto, piedras y todo tipo de cosas que dañan mi piel - dijo, desde su voluptuosidad semi fosforescente.
- Por ahora está tranquilo el Cajetilla, ojo -dijo el Negro- Yo ya pasé por esa. Te creés el rey. Pisás unas alfombras bárbaras, vas despacito, todo es blando y suave. Hasta que, por alguna de esas cosas, te lastimás y fuiste. Chau, a patear la calle.
- ¿Sabés las veces que tuve que bancarme la puerta del subte para que no se cierren?
-se jactó el Pardo- estas costillas se aguantaron varias apretadas.
- Díganme mocitos, ¿qué hay allá atrás que está todo escuro como cueva de peludo?
-preguntó la Bigotuda vieja- ¿Alguien anduvo por ahí?
- Una vez ví salir a un par que estaban como piedra. Debe ser jodido.
-dijo el Pardo, queriendo descifrar la oscuridad.
- Es jodido. - sostuvo una voz lastimera que venía de la negrura. - No sabés cuánto. - se lamentó en un suspiro prolongadísimo y profundo.
- A la perinola! - se asustó el Nautico. ¿Quién anda ahí?
- El Timbo -respondió la voz- y estoy acá antes que todos ustedes, salvo el Negro y el Pardo. El Timbo continuó su monólogo- Ese par que vieron salir petrificados eran para la cancha de pasto. Yo estoy destinado a canchas de alfombra y esas yerbas modernas. Llegamos acá el mismo día, con la misma ilusión. De día salía él y de noche me tocaba a mí. Eso duró dos semanas. Después vino el frío y nos fueron corriendo para atrás, fuera de la luz. Ya perdí mi brillo y flexibilidad. En el próximo orden de este ropero soy historia, amigos.
Un silencio espeso se adueñó del pequeño recinto, dominado sólo por un acre olor a pata.

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