sábado, 25 de julio de 2009

Después del final

De qué se quejan, digo yo. Por cualquier cosa, lloran como maricas a ver si el juez se apiada de ellos por algo que ni pasó. Asco me dan, mirá. En mi época, te aguantabas unas murras que te la voglio dire bien calladito como un hombre. A la primera se la devolvías duplicada y se terminaba el asunto. El juez veía todo, pero sabía que era un código de machos. Para que te expulsen tenías que pelar el bufoso y meter bala. Ahora no paran de levantar la manito sacudiendo una tarjeta imaginaria para que el juez los copie, como si fuera un imbécil. Y no te digo nada si el quía ya estaba amonestado. Se le van encima como abejas furiosas. Dejá, son una manga de maricones. Asco me da. Si querés ganar, vas y la mandás a guardar todo lo que haga falta.

Encima, juegan en canchas lisitas y verdes. Para peor, ya lo hacen sobre césped artificial! ¿Dónde vamos a parar? Cuando pienso en los paisajes lunares donde jugábamos nosotros, te lesionabas de mirar la cancha, nomás. Ni sabías para dónde iba a ir la pelota después de un pique o un pase al ras. Si te revoleaban, te levantabas con peladuras en todo el cuerpo. Si llovía, era lo mismo que jugar en un chiquero, con una pelota que pesaba diez kilos, de lo mojada que estaba. Ya los quiero ver a esta manga de flojos pegándole ó cabeceando una pelota así. Además, los botines eran negros. Punto. Y de cuero. Hoy son de plástico y compiten a ver quien tiene el color más chillón. Con sus camisetitas diseñadas para no tener frío, calor, transpiración y, por supuesto, todas con su propaganda de lo que sea. ¿Dónde quedaron las de piqué? Dejame de joder, a mi edad, no tengo por qué aguantar esto... Si tuviera veinte años menos...

¡Que ganas de jugar un fulbito, por Dios!

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